Próxima parada, Banco de España
Hoy he recordado porque nunca voy en metro. Decidida a renunciar a uno de los bienes de lujos que tiene el ser humano, he cogido el transporte público. Estoy tan desacostumbrada que he bajado las escaleras por la entrada y me he metido en un pasadizo que, cuando me he querido dar cuenta, me ah llevado hasta la salida. Parece increíble pero me he perdido en el metro.
Cuando he ido a meter mi bonometro de diez viajes, la máquina ha pitado. ¿Cómo es posible? Hasta que me he dado cuenta de que la fecha de emisión era justo de hace un año. Sí, de mayo del 2005.
Por el momento todo iba bien… no me parecía tan horroroso como yo lo recordaba. Me preguntaba porqué no iba más en metro. Hasta que me han dado la respuesta. Por el túnel aparecía el metro. Estaba a reventar, las caras de la gente estaban aplastadas contra las puertas, la muchedumbre no podía apenas salir y que decir de entrar. Pero al final apiñados como borregos hemos cabido. Una vez dentro me iban llegando las respuestas. Un olor a humanidad horrible, unos sudores provocados por el calor humano de las personas y un barullo insoportable a los oídos.
El metro está bien pero cuando va vacío si no es un puto coñazo. Vuelvo a mis orígenes… vale la pena pagar un parking y coger el coche o ir andando a los sitios que es muy sano y cómo mucho te molesta el olor a comida que sale de los bares. Qué sí que será olor a fritanga pero sabes que cuatro pasos más y el olor queda atrás.
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